«Adiós, clase media, adiós».

Un artículo en la línea apocalíptica «que-viene-la-crisis-cierren-filas» inaugurada por El País hace unos meses, y que ha dado soberbias muestras como aquel reportaje que presentaba a Islandia como un futuro paisaje de Mad Max, en una pavorosa acumulación de síntomas, todos colocados al mismo nivel: préstamos del FMI, familias en bancarrota, y lo peor de todo: ¡la Orquesta Nacional sin poder hacer una gira por Asia!

(Debo este ‘insight’ a mi hermana Pepa, que tranquilizó mis nervios – «¡Islandia financiada por el FMI! ¡Perros y gatos durmiendo juntos!: ¡vamos a morir todos!» cuando le envié aquel reportaje)

La nueva «clase emergente» parecen ser los «mileuristas»: ¡hay libros sobre ellos, y hasta una película! De hecho, en el artículo no se utiliza el término «emergente», sino «dominante». Nada menos. «Hasta los políticos comienzan a mirar hacia ellos». ¡Hasta los políticos! Acabáramos. «Dominantes», ¿de qué? cabría preguntarse. ¿Con respecto a quién?

El País nos ofrece otras exclusivas: «Incluso en el periodo de mayor bonanza económica los sueldos cayeron». Menos mal que los periodistas están siempre alerta, preparados para informarnos en todo momento (aunque ese momento sea el de hace diez años, cuando algunos «idealistas» ya habían empezado a alertar de esos pequeños detalles).

Y otra más:

«La marcada frontera que separaba la clase media de la exclusión y de los pobres se está derrumbando a golpes de pica como lo hizo el muro de Berlín, y algunos se preguntan si tal vez la caída del telón de acero no haya marcado el inicio del fin de conquistas sociales y laborales que costaron siglos (y tanta sangre), una vez que el capitalismo se encontró de repente sin enemigo».

Aun con todo, el artículo resulta interesante como síntoma, y ofrece un par de reflexiones útiles, de la mano del periodista Massimo Gaggi y del economista Eduardo Narduzzi, autores de El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste (Lengua de Trapo):

«Nosotros hablábamos de la aparición de una clase de la masa, es decir, de una dimensión social sin clasificación que de hecho contiene todas las categorías, con excepción de los pobres, que están excluidos, y de los nuevos aristócratas. La clase media era la accionista de financiación del Estado de bienestar, y su desaparición implica la crisis del welfare state, porque la clase de la masa ya no tiene interés en permitir impuestos elevados como contrapartida política que hay que conceder a la clase obrera, que también se ha visto en buena parte absorbida por la clase de la masa. La sociedad que surge es menos estable y, como denunciábamos, potencialmente más atraída por las alarmas políticas reaccionarias capaces de intercambiar mayor bienestar por menos democracia. También es una sociedad sin una clara identidad de valores compartidos, por lo tanto, es oportunista, consumista y sin proyectos a largo plazo».

Una descripción algo simple, entiendo: resulta muy fácil crear una macrocategoría como «clase de la masa» y meter a todo el mundo ahí. Pero sí señala la polarización que la acentuación de las desigualdades va a traer. Una polarización hacia la que la izquierda debe estar atenta. Lejos de representar una oportunidad política, esta crisis puede desembocar en un rebrote de la extrema derecha.

Sin embargo, el artículo nos tranquiliza inmediatamente respecto al surgimiento de movimientos políticos e «ideologías»:

«Puede que no sea muy romántico advertir de que, tampoco esta vez, seremos testigos de una revolución, pero es muy probable que la caída del bienestar se acepte con resignación, sin grandes algaradas, ante la indiferencia del poder político, que llevará sus pasos hacia la política-espectáculo, muy en la línea de algunas apariciones de Silvio Berlusconi o Nicolas Sarkozy, cuya vida social tiene más protagonismo en los medios de comunicación que las medidas que adoptan como responsables de Gobierno».

¿Es un lamento? ¿Es una constatación? ¿O es un resoplido de alivio? «Política-espectáculo». Eso tenía otros nombres: Benjamin lo llamó «estetización de la política». Y hay otro término, relacionado con el anterior: fascismo.

En algunos de sus tramos, el artículo sí ofrece, al menos, algunos datos no por conocidos o esperables menos ilustrativos:

«El declive de la clase media se extiende por todo el mundo desarrollado. En Alemania, por ejemplo, un informe de McKinsey publicado en mayo del año pasado, cuando lo peor de la crisis estaba aún por llegar, revelaba que la clase media -definida por todos aquellos que ganan entre el 70% y el 150% de la media de ingresos del país- había pasado de representar el 62% de la población en 2000 al 54%, y estimaba que para 2020 estaría muy por debajo del 50%.
En Francia, donde los mileuristas se denominan babylosers (bebés perdedores), el paro entre los licenciados universitarios ha pasado del 6% en 1973 al 30% actual. Y les separa un abismo salarial respecto a la generación de Mayo del 68, la que hizo la revolución: los jóvenes trabajadores que tiraban adoquines y contaban entonces con 30 años o menos sólo ganaban un 14% menos que sus compañeros de 50 años; ahora, la diferencia es del 40%. En Grecia, los mileuristas están aún peor, ya que su poder adquisitivo sólo alcanza para que les llamen «la generación de los 700 euros».
En Estados Unidos, el fenómeno se asocia metafóricamente a Wal-Mart, la mayor cadena de distribución comercial del mundo, que da empleo a 1,3 millones de personas, aplicando una política de bajos precios a costa de salarios ínfimos – la hora se paga un 65% por debajo de la media del país -, sin apenas beneficios sociales y con importaciones masivas de productos extranjeros baratos procedentes de mercados emergentes, que están hundiendo la industria nacional. La walmartización de Estados Unidos ha sido denunciada en la anterior campaña presidencial tanto por los demócratas como por los republicanos».

Y está, claro, el caso español:

«Uno de los datos más reveladores se encuentra en la Encuesta de Estructura Salarial del Instituto Nacional de Estadística (INE), un informe cuatrienal pero que desnuda la realidad sociolaboral como ninguna otra. Según la misma, el sueldo medio en España en 2006 (última vez que se realizó) era de 19.680 euros al año. Cuatro años antes, en 2002, era de 19.802 euros. Es decir, que en el periodo de mayor bonanza de la economía española, los sueldos no sólo no crecieron, sino que cayeron, más aún si se tiene en cuenta la inflación».
(…)
En España, la Encuesta de Condiciones de Vida, realizada en 2007 por el INE, señalaba que casi 20 de cada 100 personas estaban por debajo del umbral de la pobreza. El último informe FOESSA sobre exclusión y desarrollo social en España, de Cáritas, resaltaba que hay un 12,2% de hogares «pobres integrados», esto es, sectores integrados socialmente pero con ingresos insuficientes y con alto riesgo de engrosar las listas de la exclusión. Su futuro es más incierto que nunca, y muchos hablan de un lento proceso de desintegración del actual Estado de bienestar.
(…)
En España hay un dato aún más revelador del vértigo que siente la clase media cuando se asoma al abismo de inseguridad que le ofrece esta nueva etapa del capitalismo. El número de familias que tiene a todos sus miembros en paro ha sobrepasado el millón. Y peor aún, la tasa de paro de la persona de referencia del hogar -la que aporta más fondos y tiene el trabajo más estable- está ya en el 14,5%, muy similar a la del cónyuge o pareja (14,4%), cuyo sueldo se toma como un ingreso extra, mientras que la de los hijos se ha disparado cinco puntos en el primer trimestre y está en el 26,8%».

El autor del reportaje, inmerso en la supuesta «objetividad periodística», no puede por supuesto terminar de atar los cabos de esta situación. Y no es culpa suya. Supongo que en el otrora «diario independiente de la mañana» se recibiría mal la caida en un tendencioso señalamiento de la conexión existente entre los datos económicos (el sistema económico como fatalidad, encarnación posmoderna de la Providencia divina) y las formas políticas (decisiones – o inhibiciones, más bien – de los gobiernos elegidos democráticamente) que han llevado a esta situación.

De hecho, el autor sí llega a mencionar esa cuestión:

«Los sueldos se han desplomado pese a la prosperidad económica e independientemente del signo político del partido en el poder en los últimos años (desde 1995 han gobernado sucesivamente PSOE, PP y nuevamente PSOE). La riqueza creada en todos esos años ha ido a incrementar principalmente las llamadas rentas del capital».

He empezado el post con bastante sarcasmo hacia el artículo. Pero ahora me doy cuenta de que quizás lo que haya allí sea en realidad un periodista luchando con el Libro de Estilo de su periódico, cuyas  últimas ediciones tal vez ya no permitan esa anticuada grosería que consistía en intentar explicar las relaciones causales entre diferentes fenómenos. El periodismo político y económico parece tomar como modelo, cada día más, a Iker Jiménez: «Nosotros sólo presentamos hechos. Después, que sea el espectador el que extraiga sus propias conclusiones». Se suele contar aquello de la frecuente sustitución en la prensa de términos como «capitalismo» por «la economía». Pero otros mecanismos van más allá: la omisión de las explicaciones es un arma ideológica poderosísima.

Me diréis que, por supuesto, no corresponde al periodista elaborar tal explicación. Para eso están los «expertos» (se cita a varios a lo largo del reportaje). Significativamente, no hay ninguno que aborde del todo esa conexión política. Tampoco es culpa del autor: tira de las novedades editoriales, los libros a mano. Lógico. Pero lo que quiero señalar es cómo se construye esa «lógica». Y sugerir otra discusión, más allá de este artículo particular: ¿cuál es el papel del periodismo en este contexto de crisis? ¿Está la prensa haciendo realmente su trabajo? ¿En qué consiste exactamente su trabajo?

Este artículo de Ramón Muñoz ofrece al menos algunos datos. Nos corresponde a los lectores, efectivamente,  terminar de hacer ese trabajo. Hacer esa conexión. Y pensar sobre ella.

12 respuestas a “«Adiós, clase media, adiós».”

  1. La clase masa ha existido desde siempre y siempre ha sido la más numerosa.

    Mi experiencia laboral es amplia (18 años currando) y variopinta, he trabajado haciendo casi cualquier cosa.

    Y siempre me he topado con la clase masa, pero yo no la llamaba así, yo la denominaba clase «conformista Ultra», no ultra conformista que para mí tiene distinto significado.

    Son capaces de reaccionar de manera violenta con cualquier línea de pensamiento o acción que se salga de la norma, van completamente a lo suyo; considera la caida ajena un logro propio, si te bajan el sueldo se alegran tal y como si se lo subieran a ellos, votan siempre al mismo, los más extremos votan siempre al que está en el poder , cuando superan por un poco el sueldo mileurista se creen clase acomodada y se compran un audi de gama baja.

    Son mezquinos, crueles con el subordinado y zalamaros hasta el asco más absoluto con el superior.

    En definitiva, cualquiera con una experiencia laboral amplia; que haya estado en varios tramos, se sentirá completamente desengañado y asqueado con la clase obrera.

  2. Al autor del artículo del País al menos se le entiende se comparta o no la objetividad de su análisis. Sin embargo, la replica resulta ininteligible al mezclar el verbo insuflado en la viscera con la dispensión intelectual. Conslusión, «si bebes no escribas y en ingún caso moralices».

    Salud

  3. ¡Jajajajajá! No sé cómo responder, Gorgias…

    Ah sí, espera…

    «la replica resulta ininteligible al mezclar el verbo insuflado en la viscera con la dispensión intelectual»

    Y sobre todo, el ejemplo de la «dispensión intelectual» misma: «No tengo tiempo para debates estériles. Tú mismo»

    Un poco flojo para ser un retórico, Gorgias.

    Gracias, Gorgias. Hasta luego.

  4. En el fondo si se reía de eso Don Vicente, ha repetido lo de la «dispensión» varias veces, y no creo que de veras Ud crea que Georgeus lo quería escribir de ese modo.

    Lo que ocurre que reirse del baile de teclas no es demasiado elegante desde el punto de vista moral y lo ha disfrazado de otra cosa.

    Pero no pasa nada, no era mi intención originar un flame, simplemente me ha hecho un poco de gracia la situación, pero no alargemos esto sólo por una r desaparecida.

    El tipo es sólo un duende del hit and run.

  5. Es muy sencillo, Joe.

    Entendí ‘dispensión’ como una palabra existente. Error mío, desde luego, ahora veo. Con el significado de ‘dispensación’, en un sentido general de «perdonar desde la prepotencia». Disculpas a Gorgias por haber comprendido mal, si lo que él quería decir era ‘dispersión’.

    A partir de ahí, mi respuesta. Primero Gorgias hizo unas críticas al texto. Estupendo. Se le preguntó por los argumentos. Y nótese que allí utilicé la palabra dispensión sin comillas, dándola por buena.

    No tenía ningún problema con eso, tanto si es un error de tecleo, como si es el uso de una palabra inexistente, que de hecho me puse a utilizar inmediatamente. Mi error fue no comprobar si esa palabra existía. Esto me pasa por no creer en el DRAE, y creer en los hablantes, como Gorgias. Porque eso es lo que hice, creer en él.

    Preguntado por sus argumentos, Gorgias respondió que no tenía tiempo «para debates estériles». Vista esa actitud, opté por reaccionar de la forma que suelo ante los petulantes: descojonándome de ellos.

    Porque, sí, lo reconozco, lo que pienso es que Gorgias es un petulante: alguien que piensa que escribir bien consiste en poner palabras rimbombantes una detrás de otra, como en «el verbo insuflado en la viscera», y cosas así. Y no que, quizá, escribir bien significa pensar bien (o lo mejor que uno puede) por escrito.

    Dicho todo esto, pues sí, la culpa es mía: no entendí bien a Gorgias. Pero en fin, tendría que explicarlo él. Si pensó que me reía de la ‘dispensión’, pido disculpas. Me reía de otra cosa.

  6. El notar que era un error de tecleo no me convierte en Sherlock Holmes, dese cuenta que Georgeus cruza las teclas en todo lo que ha escrito.

    «Conslusión» «ingún».

    Son sólo unas muestras.

    Es lo que yo llamo…sindrome de dedos de salchicha.

    Bueno, mi único mérito es que sabía que dispensión no existe en castellano, pero sí en Inglés, de ahí supongo que viene su error; ha cruzado idiomas.

    Me alegra haberle sido de ayuda.

Deja un comentario