Fútbol y estética

El deporte como placer estético

El ensayista alemán Hans Ulrich Gumbrecht reivindica «la alegría del juego» en su libro ‘Elogio de la belleza atlética’
JOSÉ ANDRÉS ROJO – Madrid
EL PAÍS – Cultura – 04-06-2006

La vieja furia de los intelectuales que echaban pestes contra los deportes por su capacidad para alienar a las masas y desviarlas así de sus verdaderas preocupaciones queda hecha trizas en Elogio de la belleza atlética. Lo que ahí hace el filósofo, filólogo y sociólogo alemán Hans Ulrich Gumbrecht (Wuerzberg, 1948), que trabaja actualmente en la Universidad de Stanford, es contar su pasión por los más diversos deportes y reivindicar su belleza.

Este título es uno de los primeros que lanza una nueva editorial, Katz, que se presenta hoy en la Feria del Libro (con la participación de Javier Pradera, Fernando Rodríguez Lafuente y el propio editor, Alejandro Katz) y que ha asumido el valiente desafío de dar visibilidad a cuantos se embarcan a pensar en las cuestiones de nuestro tiempo. Ampliar los horizontes del conocimiento, ofrecer los más diversos saberes, abordar las preocupaciones de la cultura y la sociedad contemporáneas: he ahí un puñado de directrices de un sello que se estrena, junto a Gumbrecht, con libros de Claus Offe (sobre la relación de Tocqueville, Weber y Adorno con Estados Unidos) o Seyla Benhabib (Las reivindicaciones de la cultura) y que publicará a Cornelius Castoriadis, Martha C. Nussbaum, Roger Chartier o Karl Löwith, entre otros.

«Los deportes tienen mucho que ver con la música», explica por teléfono en un excelente español Hans Ulrich Gumbrecht. «No pueden interpretarse, es difícil atribuirles un sentido. Como los sonidos de una melodía, las gestas de los deportistas simplemente están ahí. Imponen su presencia. De lo que se trata, por tanto, es de transmitir esa experiencia, que es una experiencia de orden estético».

«Hablo de movimientos que parecen extraños o incluso grotescos al principio, y que terminan volviéndose tan agradables que lo pegan a uno a la pantalla durante horas», escribe Gumbrecht en su libro, donde muestra desde el principio «los intensos sentimientos» que desencadena en cualquier aficionado recordar alguno de los brillantes momentos de Pelé, Maradona, Beckenbauer o Zidane (por ejemplo).

«Lo que hace una experiencia estética es provocar tus sentidos», explica Gumbrecht. «Como ocurre con los sonidos -cuando escuchas música, la escuchas con el cuerpo entero-, los deportistas que ves tienen una entidad real. Y la tienen tus vecinos en el graderío. Lo que está en juego en estas experiencias no tiene tanto que ver con la observación y, por tanto, con la razón analítica. El deporte te exige una manera comunitaria de participar de un fenómeno. Eres un cuerpo confundido con otros cuerpos. Abandonas tu individualidad».

De eso se ocupa Gumbrecht, de esos «momentos que se cuentan entre los más estimulantes de nuestra vida» y que, al final, no son sino experiencias en los campos de deporte.

La poesía europea empezó con las odas de Píndaro a los atletas, pero con el tiempo se desentendió de esas materias. «El pensamiento occidental no tienen un discurso que sólo sirva para elogiar. Lo hemos perdido por las exigencias de la llamada alta cultura que nos obliga permanentemente a ser críticos. Y ante los grandes momentos que nos brindan los mejores atletas sólo puede existir una actitud radicalmente afirmativa. Ese sí ante la vida que reclamaba Nietzsche».

El deporte se define, explica Gumbrecht, a través de dos conceptos: agón (competición) y areté (lucha por la excelencia). «Se han cargado demasiado las tintas en el carácter competitivo de los deportes. Pero si queremos neutralizar esa dimensión, corremos el peligro de eliminar la lucha por la excelencia, y prescindir de paso del reconocimiento y la admiración. No hay derrota sin búsqueda de excelencia. Pero para ello hace falta competir. Evitar la competencia es evitar la intensidad. Con los deportes entras en un rapto, y vives con intensidad a través de la alegría del juego».

13 respuestas a “Fútbol y estética”

  1. Otra característica definitoria del deporte: que, como todo juego, hay que tomárselo en serio como si importase. Eso sí que se le da bien a este país. Vamos, que se lo han creído y todo.

  2. A mi este «elogio de la belleza atlética» me parece una chorrada, en parte por lo que Jose Angel apunta.
    El deporte, para el espectador, es una mera y simple diversión, y ya esta, y no es nada malo. Está claro que para el deportista profesional es algo muy serio, pero esa es una cuestión muy diferente.
    Cuando veo el escasisimo deporte que veo, una vez termina el «evento» me olvido de él; cuando alguien convoca una manifestación para protestar por que su equipo baja a 2ª o cuando se provocan disturbios por que «hemos ganado la copa» es que algo falla.
    Si lo que se trata es de explicar que a uno le puede gustar el deporte y no ser un cretino alienado, con lo que estoy completamente de acuerdo, no es necesario un libro aderezado con esa jerga pseudofilosófica, intentando convertir el deporte en un arte elevado. Sinceramente, lo del «agón» y «areté» me parece una idiotez pretenciosa (y que Hans me explique donde está la «lucha por la excelencia» en el deporte actual).
    «Entre los momentos mas estimulantes de mi vida» no estan, y espero que no esten, el haber visto la final de la copa del rey (por ejemplo), (según entiendo por lo que dice la reseña Hans se refiere sólo al «espectador»).
    Da la impresión de que en la facultad se rien de Hans por que tiene un hermano futbolista y ha escrito el libro por despecho.

  3. Vaya, parece que no ha gustado. Simplemente me pareció interesante como descripción de lo que -también- puede ser el fútbol. De las actitudes que habla Reyego tengo la misma opinión, desde luego: algo va mal cuando la gente se manifiesta por el club de fútbol y no por otras cosas.

    Tampoco termino de ver lo de que el discurso intelectual, o la alta cultura, ha privilegiado la crítica y no el elogio.

    Lo qué me atrajo fue, de alguna manera ver ciertos términos estéticos aplicados a, en este caso, el fútbol. Creo que ahí Gumbrecht puede entroncar -de forma bastante superficial, eso sí-con una tradición de pensamiento estético que a mi personalmente me interesa bastante. La alusión a Nietzsche, en ese sentido, me parece muy sugerente.

    Ahora no tengo tiempo de más. Seguimos más tarde si queréis.

  4. Me parece que es uno de los principios centrales de Homo Ludens, en efecto… Aunque ahora que caigo, también he leído algo parecido en Freud, en «Der Dichter und Phantasieren». Y clásicos habrá.

  5. Me ha gustado el texto. Entiendo y aprecio lo que creo reivindica Gumbrecht: el espíritu de juego y de contemplación de una belleza que es manifestación o participación de la naturaleza.

    Hoy, a nivel de masas, no estoy tan de acuerdo con que el deporte se viva de esa manera. Exalta emociones y hay algo de empático y catártico, pero algo oscuro veo en cierta tendencia actual excesiva a entronizar al campeón, sumiendo a aquel que no alcanza el éxito en la invisibilidad.

  6. Es posible. En el fútbol, como en muchos otros campos, se potencia hoy en día el elemento competitivo y se desprecian los demás. No es por ser demagógico, pero hasta esto ha llegado el capitalismo.

  7. vicent, si te mola el futbol y los juegos de futbol de la playstation ( de eso no hablas, he pillin….habra belleza en el pixel de la playstation?)
    pues guay, ale pues bien….pero no nos comas la cabeza

  8. Vicente, volviendo sobre el tema: no creo que sea demagógico lo que dices; creo que llevas mucha razón. Los valores del Consumo que se respiran por todas partes influyen en el deporte como en todo. Yo creo que sí, que actualmente en el deporte el elemento competitivo está superdesarrollado, y creo que eso es síntoma de la mentalidad que impera. Personalmente, casos como el del fenómeno en torno a Fernando Alonso me parecen muy sintomáticos de los valores de una sociedad donde sólo cuenta el Mercado y no las personas, a las que se les proporciona modelos triunfadores con los que puedan identificarse para olvidar su insatisfacción y su pequeñez en el esquema general. Bueno, no sé si me he liado un poco, pero en el tema de los deportes lo veo claro comparando el fútbol por ejemplo y la forma en que se viven las artes marciales. En la medida en que se occidentalizan éstas para adaptarse a los esquemas modernos, más se acentúa el elemento competitivo, mientras que éste, cuando se practican de forma un poco más cercana a la tradicional, es sólo una apariencia de esa «participación de la naturaleza», de oposición armónica de opuestos, que tiene más de danza, o de drama, que de lucha tal y como la entedemos como competición.

  9. Daniel: muy interesante lo que dices. Pensaré en ello e intento contestar otro rato.

    Hoy en El País venía este artículo de Daniel Innerarity, profesor de Filosofía de la Facultad.

    El deporte como arte dramático
    DANIEL INNERARITY
    EL PAÍS – Opinión – 14-06-2006

    Si Aristóteles y Schiller hubieran conocido las actuales dimensiones de los espectáculos deportivos, con todos sus ritos y entusiasmos desatados, no hubieran tenido que cambiar demasiado sus poéticas. Todo estaba más o menos contenido en aquella pregunta que se formularon: ¿cuál es el motivo de nuestro placer en la contemplación de lo trágico? Únicamente habrían tenido que sustituir los ciudadanos atenienses o la burguesía culta del XVIII por los espectadores de nuestros mundiales de fútbol. En uno u otro caso, la cuestión filosófica es la misma. El placer del espectáculo hay que explicarlo por el placer de la actividad deportiva en sí misma, como dos cosas que sin ser idénticas remiten a un mismo fenómeno que me gustaría resumir así: experimentar como puro acontecimiento una acción corporal ejecutada bajo condiciones difíciles.

    El entusiasmo por el deporte es esencialmente entusiasmo por una dramaturgia que obedece a una ley de culminación inminente y siempre diferida. Las competiciones deportivas se dirigen hacia apoteosis repentinas (el gol, por ejemplo), pero de tal modo que nunca se sabe si la culminación ha pasado ya o está por llegar. El que observa, experimenta cómo una tarea, en sí misma sencilla, conduce a una plétora de acciones complejas que ya no pueden ser totalmente dominadas. Pues ninguno de los participantes activos o pasivos puede saber cuándo, cómo y cuántas veces se llegará a la culminación del encuentro deportivo. El interés por lo incierto es algo que comparten el deportista y el espectador. Ambos quieren llegar a un punto en el que a los ojos de todos pasa algo incalculable. El deporte es así una organización que está regulada para convertirse en una escenificación de irregularidades.

    El deportista está entrenado para dar algo que no está seguro de poder dar. Está entrenado en orden a algo que no puede ser entrenado: para llegar a los límites del propio rendimiento. Con ello no estoy pensando primordial ni exclusivamente en la conquista de nuevos récords. Cualquier rendimiento deportivo exitoso es una coordinación de rendimientos que no se puede garantizar. El éxito deportivo no es algo producido por alguien. La capacidad del deportista consiste propiamente en establecer las condiciones de posibilidad del acierto, comportarse de tal manera que ocasionalmente tenga lugar un acierto no pretendido, estar ahí. La forma física, el entrenamiento, la táctica son presupuestos para que en el momento de la verdad el cuerpo haga algo que sobrepasa lo que puede hacer. Por eso hay varias posibilidades, por eso el resultado final es azaroso, por eso es aburrida la superioridad manifiesta, por eso es legítimo apelar a la suerte, por eso la responsabilidad es tan difícilmente imputable (o tan gratuitamente imputada, por ejemplo, al árbitro o al entrenador), por eso el lenguaje previo a la competición es ostentosamente voluntarista. Forma parte de la normalidad del deporte profesional conducir a acciones no normales, acciones que no son controladas sino que acontecen.

    Resulta muy significativo a este respecto lo insulsas que suelen ser las explicaciones que los deportistas dan de lo acontecido. Es que realmente no saben lo que les ha pasado. Esa ignorancia es el núcleo del éxito deportivo. Los deportistas se entrenan para una acción que, en última instancia, no saben cómo se hace y nadie puede enseñarlo. Se entrenan para el azar de su victoria. El triunfo se debió a su buen entrenamiento, pero no fue un mero resultado de su esfuerzo, no tiene el carácter de un rendimiento, sino de algo que se añade a lo que son capaces de hacer en virtud de su buena preparación. La victoria les cae en suerte. Las cosas le salen a uno bien… o mal.

    En ese elemento casual del éxito y el fracaso deportivo se pone de manifiesto un profundo parecido entre las intenciones de los que ven deporte y las de quienes lo practican. Pese a sus evidentes diferencias, para ambos se trata de algo que, por encima de todo lo pretendido, tiene el inconfundible carácter de un acontecimiento. Lo que ocurre es algo así como una autonomización del cuerpo. En un momento o por una fase de tiempo, el cuerpo actúa por cuenta propia, se convierte en pura física. La acción intencional del deportista se transforma en el ímpetu inintencional de su cuerpo. Lo que el hombre no puede, es culminado por su cuerpo. En una acción certera tiene lugar algo que no puede ser explicado simplemente a partir de las capacidades del deportista, sino que remite al empuje del cuerpo, a una energía que cobra vuelo propio, a una dinámica del entusiasmo encarnado. El deportista es alguien que públicamente y de manera virtuosa intenta hacer algo que no puede. El deporte no es otra cosa que la celebración de esa incapacidad.

    El procedimiento del mito -decía Nietzsche- consiste en hacer pasar el acontecimiento por una acción, explicar lo que pasa como mero resultado de lo que alguien hace, poner un sujeto detrás de los sucesos. La fascinación del deporte se comportade manera inversa a la del mito. El deporte no sugiere un mundo intencionalmente explicable, sino que escenifica un mundo inexplicable en última y decisiva instancia como resultado de intenciones. Toda acción trabaja en orden a un acontecimiento que no puede ser descrito y comprendido como acción. El deporte muestra el cuerpo de los jugadores en una lucha con los acontecimientos desatados por sus propias acciones, una lucha que únicamente podrán superar si trascienden su poder en el momento decisivo, en la medida en que se entregan al movimiento autonomizado de su cuerpo. El sentido de todo su esfuerzo consiste en convertirlo en elegancia, es decir, en hacer pasar su acción por puro acontecimiento. Los acontecimientos deportivos desarrollan el drama de una transformación siempre arriesgada de la acción pretendida en acontecimiento involuntario.

    Si esta interpretación es correcta, permitiría sacar alguna que otra conclusión. La fundamental es que el mundo moderno festeja en el deporte los misterios de la contingencia. Allí donde aparentemente se trata de hacer ostentación del pleno dominio corporal del espacio y el tiempo, lo transforma en un juego de resultado imponderable. El deporte establece rituales de una praxis corporal llevada a cabo por actores que no están en posesión de sus fuerzas decisivas. De este modo el deporte dirige la atención del hombre a la base natural indisponible de su poder y lo muestra en su lugar más sensible: en su propio cuerpo. En el deporte, la naturaleza física se le presenta al hombre simultáneamente como condición y como límite. El deporte es una celebración de la incapacidad humana para hacerse físicamente señor de sí mismo. En el deporte, el ser humano festeja sus capacidades físicas pero también los límites de esas capacidades y, con ello, los límites de su poder sobre sí y el mundo.

    Esto es lo que, en mi opinión, el deporte suele ser y debe ser, pero que no siempre es. Mucho de lo que sucede hoy en el mundo del deporte corresponde más bien a lo contrario de la imagen que acabo de ofrecer. El deporte degenera en ocasiones hacia una mitología del deporte, precisamente en aquel sentido de mitología que está en el fondo de la definición de Nietzsche: declara todo acontecimiento como acción, como producción intencional. En buena medida, el deporte es impulsado como máxima expresión de una voluntad de poder estar enamorada de sí misma. Aunque su exaltación escenificada aparente lo contrario, la finalidad propia del deporte es traicionada por esa ideología. En ningún caso se muestra esto mejor que en el doping. Generalmente es criticado porque ofrece a los atletas ventajas prohibidas y porque, a largo plazo, es una amenaza para su salud. Ambas cosas son dignas de consideración, pero pasan por alto el núcleo de lo antideportivo del doping. Todo podría solucionarse si se ofrecieran a todos las mismas ventajas y se eliminaran sus efectos secundarios. El doping es desprecio de la actividad deportiva en cuanto tal. Quien se dopa, niega los límites de su propia capacidad, no quiere convencerse ni percibir en la culminación de su potencia que todo el sentido de la actividad deportiva descansa en la posible experiencia positiva de esos límites. En esta medida, el doping es una expresión plenamente consecuente de aquella ideología del deporte que sólo celebra en él la voluntad de poder, pero no la experiencia de su superación. También se podría decir: en ella aparece el cuerpo únicamente como instrumento de la victoria, pero no como medio in­calculable de la resolución de las competiciones deportivas.

    Todos los argumentos contra la deformación del deporte deberían apelar a la fascinación estética primaria del fenómeno que tratan de salvar. La fuente de esa fascinación es aquel espectáculo público de la imponderabilidad a la que apunta toda acción deportiva (a diferencia de la mayoría de las otras acciones). Por eso el deporte es una imagen de la vida misma, de su gozosa e inquietante imprevisibilidad, de su risible seriedad. Por eso no es cierto que acudamos al deporte para escapar de la vida real; lo que buscamos es vida en estado puro, invadidos por la sospecha de que hay demasiada trampa en la que vivimos.

    Daniel Innerarity es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza.

  10. Disculpas por mi intervención a destiempo, pero es que la curiosidad me ha traído hasta aquí y ya puestos…

    Demasiados «intelectuales» con aficciones «vulgares» que buscan justificación.
    No tiene nada de malo el ir de vez en cuando al circo.
    Aficciones adquiridas durante el desarrollo: uno puede obviarlas y renegar de ellas; pero también puede normalizarlas sin tener que caer por ello en el vano intento de la elevación absurda.

    Un cordial saludo.

    PD ¿Dónde termina el folklore y comienza la alta cultura? ¿Donde se firma?

  11. Hola Genaro (y, por cierto, enhorabuena)

    Gracias por la intervención, no es a destiempo. Algo de lo que dices puede haber en esa tendencia de algunos intelectuales a querer disimular que son como todos los demás mediante el uso de según qué palabras para describir algo -en este caso, el fútbol-que de por sí no requiere explicación alguna: Once tipos contra once tipos. Unos marcan gol. Otros no. Es divertido. Punto.

    Yo tampoco creo que haya nada de malo en ir de vez en cuando al circo.

    Ahora bien, tampoco me parece mal intentar, desde la filosofía, acercarse un poco a estas cuestiones. Y no por afán de extraer grandes conclusiones, o por querer hacer complicado lo que es sencillo -cosas que mucha gente suele confundir con la filosofía, entre esa gente muchos filósofos, por cierto-. Simplemente se trata de acercarse a cosas que tienen que ver con la realidad humana, con la peculiar forma de estar en el mundo que nos hemos construido. Y muchas veces, la verdad más «profunda» acerca de lo que somos está precisamente en esas cosas que no requieren explicación. Y esto, por supuesto, lo sabe cualquiera y, sin embargo, no lo saben todos los intelectuales. Como decía un profesor mío, «en el mundo hay varios tipos de personas. Entre ellos estan los intelectuales. Los intelectuales son gente que necesita tener un esquema completo del mundo para poder levantarse por las mañanas».

    Supongo que en el fondo no es más que eso: una peculiar forma de disfrutar de algo que está ahí. Unas personas lo disfrutan gritando, bebiendo cervezas, o insultando al árbitro, yo que sé. Los intelectuales lo disfrutan, además de haciendo exactamente lo mismo que todos los demás, tratando de incluir lo vivido en su esquema mental del mundo. Esto no les sitúa en un plano superior. Quien piense que por hacer eso es más inteligente es simplemente un cretino. Siempre he pensado que en realidad todos, tengamos la formación que tengamos, sabemos más o menos las mismas cosas. Luego hay algunos que saben explicar lo que saben un poco mejor, pero nada más. Por eso la filosofía es tantas veces una reformulación de lo obvio.

    Por terminar esta reflexión pedante con una cita, como debe ser, creo que fue Pascal quien dijo que todo lo que hacemos los seres humanos lo hacemos para entretenernos. Es decir, para distraer el pensamiento de la muerte. Y para eso sirve el fútbol, regar las plantas, pintar cuadros o escribir poesía.

    (Goethe dijo que lo hacíamos todo por las mujeres. Que también, supongo)

    Sobre tu pregunta última: no sé donde está la frontera entre baja y alta cultura. Los propios términos alto/bajo no tienen demasiada validez para mi. Explican muy poco. Y lo que explican lo explican mal. Precisamente el intentar reflexionar sobre algo como el fútbol me parece que puede ser positivo en ese sentido. No para elevarlo (¿a dónde?), ni falta que hace. Simplemente por conocernos un poco mejor a nosotros mismos. Y así entretenernos, y pensar menos en la muerte.

    (Perdón por la chapa. Llevo unos días de mucho estudio y tengo la cabeza un pco pasada de vueltas)

    Un saludo desde Zaragoza.

  12. Antes de nada, darte la enhorabuena por el blog, es muy interesante, además de agradecerte el descubrimiento para mí de Zizek.
    Aclarar que mi comentario no pretendía nada, tan solo era una especie de saludo. A uno a veces le queda la sensación de que está usurpando algo que a lo mejor no le pertenece, por eso he llegado hasta este blog.
    Si el pensamiento es viento, la más mínima vibración producirá turbulencias. Pero no se puede aplicar la matemática del caos al pensamiento. Por eso el pensamiento es siempre peligroso; por imprevisible. Si este comentario lo hubiese escrito hace una hora habría sido completamente distinto. Las palabras crean Sus realidades, deformando La Realidad (?). Esto ya lo decían hace un siglo en Viena e incluso se podría ir mucho más atrás, pero no lo voy a hacer porque estaría exponiéndome voluntariamente al vituperio; sería demasiado difícil justificarse en unas cuantas líneas, sobre todo al no saber qué justificar. La conversación es demasiado complicada a través del teclado.
    Supongo que sabes a qué me refiero con lo que no le daré muchas más vueltas. Según uno desarrolla su pensamiento concretándolo en palabras, este se va limitando a lo expuesto, se pierde información y se estrechan las posibilidades de desarrollo posterior, a partir de una idea inicial que era mucho más amplia. El cerebro es una máquina demasiado ruidosa.
    Y este comentario es totalmente sesgado y si lo releyese (que lo haré), me daría (daré) cuenta de que es estúpido y no aclara nada de lo que yo quería decir. Pero… ¿Qué quería decir? No sé si esto viene a colación de Hans Ulrich Gumbrecht, de Zizek, o del aquí y ahora en donde me encuentro (estudiar ingeniería forestal es ser isla).

    Siempre nos quedará la poesía. También puede ayudar leer a Pérez Estrada un poco cada día. Y pidan coñac, no lo estropeen (es un consejo de Juan Abarca).

    Un saludo y perdón por la digresión.

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